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"Tarde de agosto"

Época:Contemporánea

Género: Narrativo - Cuento

Ambiente: Amor, Celos, Rencor, Pación, Ternura, Rivalidad y Pación

Nunca vas a olvidar esa tarde de agosto. Tenias catorce años ibas a terminar la secundaria. No recordabas a tu padre, muerto al poco tiempo de que tú nacieras. Tu madre trabajaba en una agencia de viajes. Todos los días, de lunes a viernes, te despertaba a las seis y media. Quedaba atrás un sueño de combates a la orilla del mar, ataques a los bastiones de la selva, desembarcos en tierras enemigas. Y entrabas en el día en el que era necesario vivir, crecer, abandonar la infancia. Por la noche miraban la televisión sin hablarse. Luego te encerrabas a leer las novelas de la serie española, la colección Bazooka, relatos de la segunda guerra mundial que idealizaban las batallas y te permitían entrar en el mundo heroico que te gustaría haber vivido.

El trabajo de

tu madre te

obligaba a comer

en la casa de su

hermano. Era

hosco, no te

manifestaba ningún

afecto y cada mes

exigía el pago

puntual de tus

alimentos.

Pero todo lo compensaba la presencia de Julia, tu inalcanzable prima hermana. Julia estudia ciencias químicas, era la única que te daba un lugar en el mundo, no por amor, como creíste entonces, sino por la compasión que despertaba el intruso, el huérfano, el

sin derecho a nada.

Julia te ayudaba en las tareas, te dejaba escuchar sus discos, esa música que hoy no puedes oír sin recordarla. Una noche te llevo al cine, después te presento a su novio.

Desde ese entonces odiaste a Pedro. Compañero de Julia en la universidad, se vestía bien, hablaba de igual a igual con tu familia. Le tenías miedo, estabas seguro de que a solas con Julia se burlaba de ti y de tus novelitas de guerra que llevabas a todas partes. Le molestaba que le dieras lastima a tu prima, te consideraba un testigo, un estorbo, desde luego nunca un rival.

Julia cumplió veinte años esa tarde de agosto. Al terminar el almuerzo, Pedro le pregunto si quería pasear en su coche por los alrededores de la ciudad, ve con ellos, ordeno tu tío. Sumiso en el asiento posterior te deslumbro la luz del sol y te calcinaron los celos. Julia reclinaba la cabeza en el hombro de Pedro, Pedro conducía con una mano para abrazar a Julia, una canción de entonces trepidaba en la radio. Caía la tarde en la ciudad de piedra y polvo. Viste perderse en la ventanilla las últimas casas, cuarteles y cementerios. Después (Julia besaba a Pedro,

tu no existías hundido en el asiento posterior) el bosque, la montaña y los pinos desgarrados por la luz llegaron a tus ojos como si los cubrieran para impedir el llanto.

Al fin Pedro se detuvo el Ford frente a un convento en ruinas. Bajaron y anduvieron por las galerías llenas de musgos y de eco. Se asomaron a la escalinata de un subterráneo oscuro. Hablaron, susurraron, se escucharon en las paredes de una capilla en que las piedras trasmitían las voces de una esquina a otra. Miraste el jardín, el bosque

húmedo, la vegetación de

la alta montaña. Te sentiste

ya no el huérfano, el intruso,

el primo pobre que iba mal

en la escuela y vivía en un

edificio horrible de la

colonia Escandón, sino

un héroe de Dunkerque,

Narvik. Tobruk, Midway,

Staligrado, El Alamein, el

desembarco en Normandía,

Varsovia, Monte Cassino, Las

Ardenas, un capitán del áfrica Korps, un capitán d la caballería Polaca en una carga heroica y suicida contra los tanques hitlerianos. Rommel, Montgomery, von Rundstedt, Zhukov.

No pensabas en buenos y malos, víctimas y verdugos. Para ti el único criterio era el valor ante el peligro y la victoria contra el enemigo. En ese instante eras el protagonista de la colección Bazooka, el combatiente capaz de toda la acción de guerra por

que una mujer celebrara su hazaña y su victoria resonara para siempre. La tristeza cedió lugar al jubilo. Corriste y libraste de un salto los matorrales y los setos, mientras Pedro besaba a Julia y la tomaba del talle. Bajaron hasta un lugar en que el bosque parecía nacer junto a un arroyo de aguas heladas un letrero prohibía cortar las flores y molestar a los animales. Entonces Julia descubrió una ardilla en la punta de un pino y dijo: Me gustaría llevármela a la casa. Las ardillas no se dejan atrapar, contesto Pedro, y si alguien lo intentara hay muchos guardabosques para castigarlo. Se te ocurrió decir: Yo la agarro. Y te subiste al árbol antes de que julia pudiera decir no.

 
Tus dedos lastimados por la corteza se deslizaron por la resina. Entonces la ardilla ascendió aun más alto. La seguiste hasta poner los pies en una rama. Miraste hacia abajo y viste acercarse el guardabosques y a Pedro que, en vez de ahuyentarlo en alguna forma trataba conversación con el y a Julia tratando de no mirarte y sin embargo viéndote. Pedro no te delato y el guardabosque no alzo los ojos entretenido por la charla. Pedro alargaba el dialogo por todos los medios a su alcance. Quería torturarte sin moverse del suelo. Después presentaría todo como una broma pesada y el y Julia iban a reírse de ti. Era un medio infalible para destruir tu victoria y prolongar tu humillación. Porque ya habían pasado diez minutos. La rama comenzaba a ceder. Sentiste miedo de caerte y morir, y lo peor de todo, de perder ante Julia.

Si bajabas o pedias

auxilio el

guardabosques iba a

llevarte preso. Y la

conversación seguía

y la ardilla primero

te desafiaba a unos

centímetros de ti y

luego bajaba y corría

a perderse en el bosque,

mientras Julia lloraba

lejos de Pedro, del

guardabosques y de la

ardilla, pero de ti más

lejos , imposible.

Al final el guardabosques se despidió, Pedro le dejo en la mano algunos billetes, y pudiste bajar pálido, torpe, humillado, con lágrimas que Julia nunca debió haber visto   en tus ojos por que demostraban que eras el huérfano y el intruso, no el héroe de Iwo Jima, y Monte Cassino. La risa de Pedro se detuvo cuando Julia le reclamo muy seria: Como pudiste haber hecho eso. Eres un imbécil, Te aborrezco. Subieron otra vez al automóvil. Julia no se dejo abrazar por Pedro. Nadie hablo una palabra. Ya era de noche cuando entraron a la ciudad. Bajaste en la primera esquina que te pareció conocida. Caminaste sin rumbo algunas horas y al volver a casa le dijiste a tu madre lo que ocurrió en el bosque. Lloraste y quemaste la colección Bazooka y nunca olvidaste esa tarde de agosto. Esa tarde, la ultima en que viste a Julia.dro. Nadie hablo una palabra. Ya era de noche cuando entraron a la ciudad. Bajaste en la primera esquina que te pareció conocida. Caminaste sin rumbo algunas horas y al volver a casa le dijiste a tu madre lo que ocurrió en el bosque. Lloraste y quemaste la colección Bazooka y nunca olvidaste esa tarde de agosto.

Esa tarde,

la ultima en que

viste a Julia.

                                                                                                  

Cuento :

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